El pueblo mapuche, del cual hasta hoy varias comunidades habitan en las inmediaciones del cono, consideraba al Ruka Pillañ («casa del pillán»), tal como indica el nombre, morada de un pillán (poderosa divinidad con dominio sobre las personas y los fenómenos naturales), espíritu mayor de su panteón ya que, las entrañas y calderas del Villarrica son regidas por un espíritu principal de la naturaleza, un ngen, el cual es tutelar y propietario del volcán. Este tipo de ngen es también conocido como ngen-winkul o espíritu de los volcanes y cerros.
Junto a esta presencia tutelar, en el Villarríca habitaría una corte de pillanes, espíritus menores en relación al ngen, pero sumamente poderosos.

Según los testimonios recogidos por la antropología, el Villarrica y los espíritus que lo habitan ocupan un lugar muy determinado en la cosmovisión mapuche. Su simbolismo es claro: está asociado a lo bueno, en oposición al volcán Llaima, que es considerado el volcán asociado al «mal». Mientras el propicio Rucapillán inspira sueños benéficos y «buen tiempo», el Llaima transmite a los durmientes malos augurios.
El Villarrica se relaciona simbólicamente un grupo de otros elementos afiliados a lo positivo; los colores violeta y verde, la Luna, las estrellas en general (que excluyen al negativo cherufe o aerolito), el Sur y el Oriente.

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